Manifiestos
Llega la campaña y, con ella, el revuelo de manifiestos y adhesiones. Los partidos han chupado de tal manera el activismo social que hoy sólo se considera comprometido aquel que añade su nombre a la lista de personajes que piden el voto para tal o cual formación. Uno de estos días me encontré a un joven y talentoso artista que me preguntó si ya había firmado el manifiesto. Le contesté (no sé si fui del todo comprendida) que los que tenemos la posibilidad de expresarnos públicamente estamos, al fin y al cabo, manifestando nuestro sentir ideológico en cada pieza que firmamos, con más riesgo incluso, porque cuando se tiene cierta independencia de criterio no hay siglas que te sirvan de escudo protector. En un sistema democrático ideal los diseñadores de campañas debieran estar más al tanto de aquellos que les advierten de los errores que de ese grupo de incondicionales que tienen el aplauso preparado antes del discurso. Nada tengo en contra de los que estampan su firma en un manifiesto. Al contrario, creo que a veces la suma de muchos nombres públicos pueden frenar un atropello, salvar vidas y despertar conciencias. El problema es que se ha abusado tanto de ellos que hay quien prefiere reservarse para cuando surja uno de esos manifiestos que conllevan cierto riesgo. La generosidad consiste en compartir lo que nos es muy querido y no hay nada más valioso que el propio nombre. Valerosos son, por ejemplo, aquellos que ceden sus nombres para apoyar a los dibujantes que desde la publicación de las caricaturas de Mahoma ven su vida en peligro, valerosas las publicaciones que los respaldan reproduciendo las viñetas. Con su trabajo están redactando un manifiesto a favor de las libertades. Las columnas también son un humilde manifiesto, nada heroico, con un pequeño daño colateral: no caerle bien a todo el mundo.
TRANSCRITO. EL ZAPATAZO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario